Laraño’s Paper Mill
Fue construida hacia 1792 por don Nicolás de Santamarina en la margen derecha del río Sar, en la parroquia de San Martín de Laraño, lugar de Vidán, a unos dos kilómetros y medio de Santiago de Compostela.
El proceso de fabricación de papel se iniciaba con el escogido y clasificación de los trapos almacenados en la fábrica según sus fines, reservándose los mejores para la fabricación de papel de calidad superior, destinándose los peores para la fabricación de papel basto, como la estraza o la estracilla.
Acumulada la cantidad de trapos suficiente para iniciar el proceso, se echaban en un pilón llamado pudridero, añadiendo agua y dejando fermentar durante un periodo de tiempo de cinco o seis semanas, hasta que el calor de la fermentación en el pudridero “queme al meter la mano”. Finalizada esta operación, los trapos se reducían manualmente a trozos pequeños, con ayuda de una guadaña o cortador, llevándolos a continuación al molino de mazos.
Un represamiento construido en un recodo del río Sar permitía derivar las aguas a un canal que tras un recorrido de unos 596 m las conduce a las instalaciones de la fábrica de papel, en donde, además de alimentar un enorme depósito de agua de doce metros de altura, se vertían las aguas sobre una gigantesca rueda hidráulica vertical de más de tres metros de diámetro.
Esta rueda motriz, del tipo gravitatorio de cajones o arcaduces, llevaba su eje erizado de levas que accionaban los mazos, levantándolos para batir en las pilas o tinas en las que se habían colocado los trapos cortados una vez finalizada su fermentación tras la estancia en el pudridero.
Se desconoce la configuración precisa y detallada de las instalaciones, aunque por la época de su construcción es muy posible que contase ya con tres grupos de mazos diferenciados para las labores específicas de deshilachado (tres pilas de desgarrado), afinado (dos pilas de molienda) y desleído (una pila de homogeneización de la pasta) tras las que se obtenía la pulpa o pasta para la elaboración del papel.
Una vez obtenida la pasta de papel se procedía a su cuajado vertiendo una pequeña cantidad de pulpa en un molde rectangular con el fondo formado por una fina malla de alambres; el agua escurría a través del mallazo, pero las fibras en él retenidas al enfurtirse formaban una hoja de papel sobre los alambres. Esta operación manual era relativamente rápida, rindiendo unos ocho pliegos por minuto con un solo operario.
Retirados los pliegos de los moldes se apilaban intercalando entre cada uno unos paños de lana blanca sin costuras, los sayales. Después se procedía a su prensado, en prensa o entre rodillos, para escurrir el agua sobrante y finalmente se dejaban secar al aire.
El papel ya seco, que por su gran porosidad resulta muy absorbente (papel secante), se sometía entonces al proceso de encolado con el jugo obtenido al exprimir desperdicios gelatinosos de animales muy cocidos. Tras un nuevo prensado para eliminar el exceso de cola y un nuevo secado al aire, el papel “de barba” (por las barbas que quedaban al sacarlo del molde) se trabajaba en el mazo de satinar para darle el apresto final y eliminar las irregularidades que pudiese presentar el acabado, quedando ya listo para ser empaquetado y puesto a la venta.
Citada en 1803 por don José Verea y Aguiar como “acabada ahora mismo de formarse” vuelve a ser citada en 1805 por el Canónigo don Pedro Antonio Sánchez Vaamonde junto con otra cercana que también, y de momento, “solo hacía papel común”.
En 1833 se propuso por los Comisionados del Ayuntamiento y de la Real Academia de Medicina y Cirugía construir en ella un lazareto, dada la posibilidad de alojar hasta doscientas personas “con poca incomodidad”, propuesta que fue desestimada por el Consistorio santiagués por los perjuicios que ocasionaría el cierre de la fábrica.
En 1834 ocupaba diariamente a cuarenta y ocho personas, produciendo unas seis mil resmas al año, “tratándose de un papel muy decente que se vende desde diez hasta cuarenta reales el mejor”.
La crisis del comercio colonial afectó doblemente a muchos molinos papeleros: en primer lugar porque los destinos americanos eran los preferentes para los segmentos superiores de sus producciones, y en segundo lugar porque el cierre de aquellos mercados ultramarinos obligó a la papelería catalana a volcarse en el mercado interior, desplazando a los productores peor situados en él.
La fábrica de papel de Laraño debió de cerrarse pronto como tal, pues aunque aparece citada por Sebastián Miñano en 1827, ya no se menciona en 1847 en el diccionario de Pascual Madoz, que cita sin embargo una de paños y otra de curtidos.
Al igual que otras que por efecto de la crisis cambiaron de actividad, la papelera de Laraño se convirtió en batán para el enfurtido de tejidos –posiblemente su época de mayor esplendor-, transformándose más tarde de nuevo para dedicarse al aserrío de piedra y de madera.
En la primera mitad del siglo XX fue fábrica de hielo y cerveza, pasando después la propiedad a la empresa “Papelera de Brandía”, que abandonó sus viejas instalaciones del río de San Xusto, en Lousame, Noia, para instalar en este lugar de la ribera del Sar una moderna fábrica de papel.
La incuria y el abandono fueron arruinando la vieja fábrica de Laraño, hasta que, tras la adquisición de las propiedades, la arquitecta doña María Luisa García Gil acometió la recuperación y restauración de las instalaciones y su reconversión en industria hostelera. El magnífico resultado alcanzado puede verse en la cuidada página del establecimiento: http://www.aquintadaauga.com
Bibliografía:
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